Amadas Yo:
Durante mucho tiempo viví un modelo de vida aprendido aquel que se cultiva de generación en generación. Mi realidad en aquellos momentos tenía un solo camino, no conocía la diversidad de rutas que se pueden llegar a descubrir.
Durante mucho tiempo viví un modelo de vida aprendido aquel que se cultiva de generación en generación. Mi realidad en aquellos momentos tenía un solo camino, no conocía la diversidad de rutas que se pueden llegar a descubrir.
También tenía el convencimiento de que la vida está repleta de
pausas, aguardé cada día la llegada del autobús, que me conducían de lunes a
viernes a un ir y venir de jornadas
similares, de casa al trabajo y del trabajo a casa; aguanté trabajando como agente de ventas de
productos congelados, añorando el haber
sido veterinaria, mientras desechaba el
sueño de pretender intentarlo; permanecí pacientemente disfrazada de Bella durmiente, a la espera del
príncipe encantado, que con el paso de los años engordo más de veinte kilos
acomodado y aferrado a un sillón de Ikea
frente a la televisión .
Sin haber sido advertida elegí esperar a tener tiempo para mí, escogí sin sabiendas abandonar y dejar de lado los proyectos y deseos más hondos. Aquellas raras veces, en las cuales me desligaba por momentos de los habitual y me dejaba llevar por la necesidad de volver a ilusionarme , las despachaba pronto , retornando a una realidad donde no tenían cabida ; renuncie sin darme cuenta, mientras mis días se iban enredando en la costumbre y la rutina en lo cual , todo estaba cronometrado y controlado.
Dormitaba así, en sueños quebrados.
Fue una mañana, andaba como siempre inmersa en las prisas, en esos días iguales. Buscaba algo en los cajones de la cómoda de mi dormitorio cuando me encontré con vosotras, con vuestra estela, guardada todo este tiempo en una caja redonda de latón, donde se conservaban las galletas de mantequilla holandesa 30 años atrás. La abrí con cierta nostalgia, a punto estuve de no hacerlo, destape la tapa y entre otras cosas distinguí mi pequeño reloj de pulsera, el que me trajo mi tía abuela Carmen en uno de sus regresos de Alcalá de Henares. Cuantos recuerdos despertaron… entonces, volví a ser una chiquilla de 8 años que debutaba en el mundo de los adultos con aquella alhaja abrochada a su pequeña muñeca.
Regrese a aquel tiempo, a las calles de mi infancia, a sentir el olor a algodón dulce, ha chapotear en los charcos y asombrarme como si hubiese descubierto por primera vez las tonalidades del arco iris en un cielo acicalado tras la lluvia. Volví a hacer pompas de jabón en una tarde de verano, a contar estrellas al anochecer, a bañarme desnuda en el mar junto a mi prima Inés. Volví a observar durante horas el baboso camino garabateado que dibujaban los caracoles en su sosegado traslado, sobre un trozo de cartón.
En mi cara se pintaba nuevamente la sonrisa mellada. Corrí empujada por el poniente hacia los brazos de mi padre que me pedía que le recitara el poema caracola, de Federico García Lorca que recién había aprendido en la escuela:
Como si de un juego se tratara, Caracola, orgullosa yo volví a tararear:
Sin haber sido advertida elegí esperar a tener tiempo para mí, escogí sin sabiendas abandonar y dejar de lado los proyectos y deseos más hondos. Aquellas raras veces, en las cuales me desligaba por momentos de los habitual y me dejaba llevar por la necesidad de volver a ilusionarme , las despachaba pronto , retornando a una realidad donde no tenían cabida ; renuncie sin darme cuenta, mientras mis días se iban enredando en la costumbre y la rutina en lo cual , todo estaba cronometrado y controlado.
Dormitaba así, en sueños quebrados.
Fue una mañana, andaba como siempre inmersa en las prisas, en esos días iguales. Buscaba algo en los cajones de la cómoda de mi dormitorio cuando me encontré con vosotras, con vuestra estela, guardada todo este tiempo en una caja redonda de latón, donde se conservaban las galletas de mantequilla holandesa 30 años atrás. La abrí con cierta nostalgia, a punto estuve de no hacerlo, destape la tapa y entre otras cosas distinguí mi pequeño reloj de pulsera, el que me trajo mi tía abuela Carmen en uno de sus regresos de Alcalá de Henares. Cuantos recuerdos despertaron… entonces, volví a ser una chiquilla de 8 años que debutaba en el mundo de los adultos con aquella alhaja abrochada a su pequeña muñeca.
Regrese a aquel tiempo, a las calles de mi infancia, a sentir el olor a algodón dulce, ha chapotear en los charcos y asombrarme como si hubiese descubierto por primera vez las tonalidades del arco iris en un cielo acicalado tras la lluvia. Volví a hacer pompas de jabón en una tarde de verano, a contar estrellas al anochecer, a bañarme desnuda en el mar junto a mi prima Inés. Volví a observar durante horas el baboso camino garabateado que dibujaban los caracoles en su sosegado traslado, sobre un trozo de cartón.
En mi cara se pintaba nuevamente la sonrisa mellada. Corrí empujada por el poniente hacia los brazos de mi padre que me pedía que le recitara el poema caracola, de Federico García Lorca que recién había aprendido en la escuela:
Como si de un juego se tratara, Caracola, orgullosa yo volví a tararear:
Caracola
Me han traído
una caracola
Dentro le
canta un mar
De mapa
Mi corazón
Se llena de
agua
Con
pececillos de sombra y plata.
Contemplé el gesto satisfecho de mi padre mientras me
dejaba mimar de nuevo con un sonoro beso estampado en mis mejillas
coloradas.
Que placer encaramarme otra vez a las robustas y fecundas higueras que se alzaban a las espaldas de la casa de mis abuelos a empacharme de higos o columpiarme de sus ramas. Que deleite volver a andar sobre la hierba fresca y frondosa que crecía junto a sus raíces, con mis pies descalzos.
Que placer encaramarme otra vez a las robustas y fecundas higueras que se alzaban a las espaldas de la casa de mis abuelos a empacharme de higos o columpiarme de sus ramas. Que deleite volver a andar sobre la hierba fresca y frondosa que crecía junto a sus raíces, con mis pies descalzos.
Que gozo escribir, una vez más la carta a los reyes
magos, aguardando impaciente sus
llegadas, en una noche de interminables desvelos a la espera del ansiado día.
Qué gusto
escuchar las palabras de mi querida
maestra doña Emilia:
–“Niña despierta! , que estas en las nubes.” Mientras yo, observaba embobada como el viento movía las hojas de los árboles en el patio del colegio, donde aún puedo escuchar las voces de mis compañeros jugando.
Me despedí de la chiquilla chispeante y pizpireta que un día fui, sintiéndome alegre, agradecida de estar viva y contagiada por su ingenua curiosidad, seguí descubriendo esa parte de mi olvidada en una caja de galletas. El colgante de estrella que creía extraviado, prendía de una cadena de plata ennegrecida por la dejadez. La extraje con ternura, desatando los nudos sobre si misma a la vez que, paradojamente experimentaba como iba soltando las lazadas de mi existencia.
–“Niña despierta! , que estas en las nubes.” Mientras yo, observaba embobada como el viento movía las hojas de los árboles en el patio del colegio, donde aún puedo escuchar las voces de mis compañeros jugando.
Me despedí de la chiquilla chispeante y pizpireta que un día fui, sintiéndome alegre, agradecida de estar viva y contagiada por su ingenua curiosidad, seguí descubriendo esa parte de mi olvidada en una caja de galletas. El colgante de estrella que creía extraviado, prendía de una cadena de plata ennegrecida por la dejadez. La extraje con ternura, desatando los nudos sobre si misma a la vez que, paradojamente experimentaba como iba soltando las lazadas de mi existencia.
En ese
momento tuve otra vez 17 años, volvía a ser la protagonista de mis días, me
permitía disfrutar, estrenar los
ingenuos sentidos sin demora al filo del acantilado, a desabrocharme dos botones más de la blusa, a subirme a unos tacones de aguja, a maquillar mis labios de carmín, a soltarme el pelo, a sentirme mujer, entera desterrando la idea
de ser una mitad .Me gustó mirar el
mundo con aquellos ojos y poseer la
certeza de que todo se llega a conseguir.
Me deje acariciar por el brillo del rocio cada sábado tras noches de pubs y discotecas, vibrando al compa de la música de los 80. Volví a ser seducida por los discos de vinilo, que a sonaban cada tarde en mi habitación, vibrando con los compases de los secretos, Antonio Vega y los Beatles mientras anhelaba tener 18 años, llegar a la mayoría de edad y abrir las alas. Quería viajar, ser independiente, trabajar, estudiar veterinaria, vivir en el campo, enamorarme… pero sobre todas las cosas ansiaba pintar, transmitir mis pensamientos, mi visión y sentir de la vida, plasmar la esencia de los lugares y de los momentos en un lienzo y lograr hacérselo llegar a las personas que lo mirasen.
Me deje acariciar por el brillo del rocio cada sábado tras noches de pubs y discotecas, vibrando al compa de la música de los 80. Volví a ser seducida por los discos de vinilo, que a sonaban cada tarde en mi habitación, vibrando con los compases de los secretos, Antonio Vega y los Beatles mientras anhelaba tener 18 años, llegar a la mayoría de edad y abrir las alas. Quería viajar, ser independiente, trabajar, estudiar veterinaria, vivir en el campo, enamorarme… pero sobre todas las cosas ansiaba pintar, transmitir mis pensamientos, mi visión y sentir de la vida, plasmar la esencia de los lugares y de los momentos en un lienzo y lograr hacérselo llegar a las personas que lo mirasen.
En ese preciso instante, comprendí que me había encontrado a mí misma, descubrí lo confundida y distraída que había vivido todo este tiempo. Fue de forma casual, del mismo modo en los que había hallado el pequeño reloj y la cadena con el colgante de estrella, me di cuenta lo alejada que había estado de mis aspiraciones. Que maravilloso viaje al pasado, cuantos sueños habían vuelto a encenderse…
Gracias querida niña y entusiasta muchachita por vuestra visita, que
alegría sentiros tan cerca una vez más. Caminare cogida de vuestras manos de
aquí en adelante porque me habéis enseñado a entender, que el tiempo
es tan efímero como las gotas de agua que se escapan de entre los dedos , que
me conceda tener un espacio a partir de
ahora, en este momento para seguir
bordando mis sueños entre libros y lienzos, que mis deseos aún están latentes Y como
cantaba John Lennon en su canción “Imagine”
he aprendido a volver a decir cada amanecer, al levantarme: -“dirás que soy un soñador, pero no soy el
único”.
Os llevo dentro de mí, con
mucho amor:
Beatriz
Nerja 5 de febrero de 2012
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