lunes, 11 de agosto de 2014

AMADA AMIGA

Amadas Yo:

Durante mucho tiempo viví  un modelo de vida aprendido  aquel que se cultiva  de generación en generación.  Mi realidad en aquellos momentos  tenía un solo camino, no conocía la diversidad de rutas que se pueden  llegar a descubrir.  
También tenía el  convencimiento de que la vida está repleta de pausas, aguardé cada día la llegada del autobús, que me conducían de lunes a viernes  a un ir y venir de jornadas similares, de casa al trabajo y del trabajo a casa;  aguanté trabajando como agente de ventas de productos congelados, añorando el  haber sido veterinaria, mientras  desechaba el sueño de pretender intentarlo; permanecí  pacientemente  disfrazada de Bella durmiente, a la espera del príncipe encantado, que con el paso de los años engordo más de veinte kilos acomodado y aferrado a un sillón de Ikea frente a la televisión .                                              

Sin haber sido advertida  elegí esperar a tener tiempo para mí, escogí  sin sabiendas abandonar y dejar de lado los proyectos y deseos más hondos.  Aquellas raras veces,  en las cuales me desligaba por momentos de los habitual  y me dejaba llevar por la necesidad de volver a ilusionarme , las despachaba pronto , retornando a una realidad donde no tenían cabida ;  renuncie  sin darme cuenta, mientras mis días  se iban enredando en la costumbre y la rutina en lo cual , todo estaba cronometrado y controlado.                                                                                            
Dormitaba así, en sueños quebrados.                                                                                       

Fue una mañana, andaba como siempre inmersa en las prisas, en esos días iguales. Buscaba algo en los cajones de la cómoda de  mi dormitorio cuando me encontré con vosotras, con vuestra estela, guardada todo este tiempo en una caja redonda de latón, donde se conservaban las galletas de mantequilla holandesa 30 años atrás.  La abrí con cierta nostalgia, a punto estuve de no hacerlo, destape la tapa y entre otras cosas distinguí mi pequeño reloj de pulsera, el que me trajo mi tía abuela Carmen en uno de sus regresos de Alcalá de Henares. Cuantos recuerdos despertaron… entonces, volví a ser una  chiquilla de 8 años que debutaba en el mundo de los adultos con aquella alhaja abrochada a su pequeña muñeca.                          

Regrese a aquel tiempo,  a las calles de mi infancia,  a sentir el  olor a algodón dulce, ha chapotear en los charcos y asombrarme como si  hubiese descubierto por primera vez las tonalidades del arco iris en un cielo acicalado tras la lluvia. Volví  a hacer pompas de jabón en una tarde de verano, a contar estrellas al anochecer, a bañarme desnuda en el mar junto a mi prima  Inés. Volví a observar  durante horas el baboso camino garabateado  que dibujaban  los caracoles en  su sosegado traslado,  sobre un trozo de cartón.                                                                                                                                    
En mi cara se pintaba  nuevamente la sonrisa mellada. Corrí empujada por el poniente hacia los brazos de mi padre que me pedía que le recitara  el poema caracola, de Federico García Lorca que recién había aprendido en la escuela:                                                                                                                                         
Como si de un juego se tratara, Caracola, orgullosa  yo volví a tararear:
Caracola
Me han traído una caracola
Dentro le canta un mar
De mapa
Mi corazón
Se llena de agua
Con pececillos de sombra y plata.

Contemplé  el  gesto satisfecho  de mi padre mientras me dejaba mimar de nuevo  con  un sonoro beso estampado en mis mejillas coloradas.                                                       

Que  placer encaramarme otra vez a las robustas y  fecundas  higueras que se alzaban a las espaldas  de la casa de mis abuelos  a empacharme de higos o columpiarme de sus ramas. Que deleite volver a andar  sobre la hierba fresca y frondosa que crecía junto a sus raíces, con mis pies descalzos.

Que gozo  escribir, una vez más la carta a los reyes magos, aguardando  impaciente sus llegadas,  en una noche  de interminables  desvelos  a la espera del ansiado día.
Qué gusto escuchar las palabras  de mi querida maestra doña Emilia:

–“Niña  despierta! , que estas en las nubes.” Mientras yo, observaba embobada  como el viento movía las hojas de los  árboles  en el patio del colegio, donde  aún puedo escuchar  las voces de mis compañeros jugando.

             Me despedí de la chiquilla  chispeante y pizpireta que un día fui, sintiéndome  alegre, agradecida de estar viva  y contagiada por su ingenua  curiosidad, seguí descubriendo esa  parte de mi olvidada en una caja de galletas. El  colgante de estrella que creía extraviado, prendía de una cadena de plata ennegrecida por la dejadez. La  extraje con ternura, desatando los nudos sobre si misma a la vez que,  paradojamente  experimentaba  como  iba soltando las lazadas  de mi existencia.

En ese momento tuve otra vez 17 años, volvía a ser la protagonista de mis días, me permitía disfrutar, estrenar  los ingenuos sentidos sin demora al filo del acantilado, a desabrocharme  dos botones más de  la blusa,  a subirme a unos tacones de aguja,  a maquillar  mis labios de carmín, a soltarme el pelo,  a sentirme mujer, entera desterrando la idea de ser una mitad .Me gustó  mirar el mundo  con aquellos ojos y poseer la certeza de que todo se llega a conseguir.                                                            

Me deje acariciar por el brillo del rocio cada sábado tras noches  de pubs y discotecas, vibrando al compa de la música de los 80. Volví a ser seducida por los discos de vinilo, que  a sonaban  cada tarde en mi habitación, vibrando con los compases  de los secretos, Antonio Vega  y  los Beatles  mientras anhelaba tener  18 años, llegar a la mayoría de edad  y abrir las alas. Quería viajar, ser independiente, trabajar, estudiar veterinaria, vivir en el campo, enamorarme… pero sobre todas las cosas ansiaba  pintar, transmitir mis  pensamientos, mi visión y sentir de la vida, plasmar la esencia  de los lugares y de los momentos  en un lienzo y lograr hacérselo llegar  a las personas que lo mirasen.

En ese preciso instante, comprendí  que me había encontrado a mí misma, descubrí lo confundida y distraída  que había vivido todo este tiempo. Fue de forma casual, del mismo modo  en los que había hallado  el pequeño reloj y la cadena con el colgante de estrella, me di cuenta lo alejada que había estado de mis aspiraciones. Que maravilloso viaje al pasado, cuantos sueños habían vuelto a  encenderse…
Gracias querida niña y entusiasta muchachita por vuestra visita, que alegría sentiros tan cerca una vez más. Caminare cogida de vuestras manos de aquí en adelante  porque  me habéis enseñado a entender, que el tiempo es tan efímero como las gotas de agua que se escapan de entre los dedos , que me conceda tener un espacio  a partir de ahora, en  este momento para seguir bordando mis sueños entre libros y lienzos, que mis deseos aún están latentes   Y como cantaba John  Lennon en su canción “Imagine” he  aprendido a volver  a decir cada amanecer, al levantarme:  -“dirás que soy un soñador, pero no soy el único”.              

Os llevo dentro de mí, con mucho amor:
Beatriz



Nerja 5 de febrero de 2012

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