viernes, 12 de junio de 2015

TERCER PREMIO DEL XII CERTAMEN LITERARIO DE CARTAS "NERJA MUJER" (Tema: Carta dirigida a una mujer sumisa y abnegada).



“CARTA DIRIGIDA A UNA MUJER SUMISA Y ABNEGADA”
                                                           Viñuela, a 19 de marzo de 2015
         
A ti, mí querida mujer del 2015

        ¿Que decirte en estos momentos?, de nada sirven las palabras de consuelo ni siquiera las de ánimo cuando una se siente tan lejos de sí misma. Sólo se me ocurre contarte  mi historia. Acógela como una antorcha, que ilumine el camino de vuelta a ti misma. ¡Porque aún es posible regresarte!

         Una vez en la vida fui Mileva Maric. Corría el año mil novecientos cuatro, por aquel entonces, yo era una reservada muchacha de mente inquieta que atesoraba infinitas ideas y sueños, planificando sobre ellos mi futuro. Nací coja de la pierna derecha pero con las aspiraciones suficientes para aventurarme y matricularme en el Instituto Politécnico de Zúrich. El único de los pocos centros de enseñanza superior europeos que admitía a mujeres; y fue así como comencé a transitar por un mundo reservado hasta hacía bien poco, sólo al paso de los varones. Pronto aprendí a descifrar la teoría de los números, cálculo diferencial e integral y a manejar la teorías electrodinámicas. Me volqué en el estudio, logrando obtener las mejores calificaciones de todo mi expediente académico. Me sentía llena, soñaba alto.  En clase era la única mujer de un grupo de once alumnos, entre los que se encontraba un joven Albert Einstein. Un día, al entrar  al aula tras el descanso matinal, me cedió el paso. Y fue a partir de ahí, de ese acto tan simple, cuando empezamos a ser visibles el uno para el otro. En los días siguientes fuimos objetos de furtivas miradas de reojos hasta que los numerosos bancos provistos para dos cuerpos que salpicaban los alrededores del instituto fueron testigos mudos de nuestros primeros encuentros y animados debates sobre física. Intercambiábamos conocimientos y reflexiones  que me hicieron adquirir una nueva dimensión del mundo, más allá de la seguridad y de la protección que me proporcionaban las paredes del laboratorio, donde por entonces transcurría la mayor parte de mi existencia. Y así, sin darme cuenta, así de sencillo, me enamoré de él.

Hasta aquí pareciera mi querida amiga que fue el comienzo de una gran historia de amor, entre  una muchacha adelantada a su tiempo con un futuro prometedor fuera de los fogones y un muchacho de  mente abierta, tanto para entender que el amor era dejar ser, dejar llegar, aun cuando un prejuicio costase más de romper que un átomo. Y lo fue. Los primeros años de casados lo fueron. Poco se alteró nuestro delicioso mundo, nació nuestro primer hijo y con él se despertaron en mi, nuevos sentimientos. ¿Se podría cuantificar el amor? Podía resolver complejas ecuaciones matemáticas, pero no  determinar cuánto podía querer a un ser tan pequeño que  apenas era  un extraño en mi vida.  Me di cuenta entonces, que hay cosas que son incuantificables. Los sentimientos no se cuentan, se sienten. Disfruté de mi pequeño y de aquella nueva experiencia de abrigar en el regazo a un hijo. Mi segundo hijo llegó un años después, nació con un retraso mental. Al principio creí que el suelo se abría en dos y que mi maravilloso mundo se caía dentro, pero hay una fuerza muy poderosa que otorga la maternidad, quizá sea el instituto que llevamos de nuestros antepasados más primitivos, de proteger a nuestros cachorros, que nos dota  de una fuerza que no sabemos de dónde sale, para hacer frente a las circunstancias más adversas. Por un  tiempo logre sostenerlo, traté por todos los medios de que  todo  siguiese encajando en nuestras vidas. En ese tiempo, todavía ayudaba  a Albert en la preparación de las clases y conferencias que impartía. Y le quitaba horas al sueño, para seguir con mis estudios tras agotadoras jornadas con mi hijo enfermo. Pero todavía era Mileva.

          Mi marido por su parte, se dedicaba  en cuerpo y alma a su trabajo  e investigaciones sin que nada de lo que estaba aconteciendo en la vida familiar le rozase. Poco a poco sus teorías fueron consiguiendo la admiración  y el reconocimiento de científicos muy reputados. Abriéndosele paso un esplendoroso futuro. En el fondo era lo que se esperaba de él. Su fama comenzaba a crecer  a la vez que se fue creciendo  también nuestro distanciamiento y recelo. Mis reproches por no asumir su papel de padre, en la misma medida que había asumido yo el de madre y sus argumentos egoístas, desde mi parecer, hicieron que comenzara a ver la otra cara del hombre del que me había enamorado: impasible en apariencia, indescifrable en pensamientos. Fue un tiempo de simulos, silencios, desapegos.

           Mi niño empeoraba día a día, cada vez necesitaba más de mi atención y cuidados. Entre, en esa vida de forma consciente  afrontando la posibilidad de dejar de ir mis sueños y con ellos un pedazo de mi ser, pero ante todo era madre y mis hijos estaban por encima de todas las cosas. Asumí mi suerte natural. En el fondo era lo que se esperaba de mí.

El final de mi matrimonio estaba ya muy cerca. Mi marido aceptó un puesto de  profesor en una de las universidades más prestigiosas  de  Berlín y la posibilidad de trabajar como investigador en los laboratorios de Max Plank, un afamado físico. En un primer momento me negué a trasladarnos por las dificultades que representaría para mí, vivir en una ciudad como Berlín, tan grande, tan desconocida, pero lo que más me dolió  fue el hecho, de que él, no me tuviese en cuenta para decidirse. Ya no nos soportábamos, aquella negación a mudarme  por mi parte y la toma de decisiones autónomas por la suya,  no hicieron  nada más que estirar nuestras posturas hasta el límite  de hacerse extremas. No obstante me trasladé a vivir con Albert y los niños a Berlín.

Al llegar, me impuso una serie de normas por escrito:

-          Tendrás que encargarte de que mi ropa este siempre ordenada.
-          Se me sirvan tres comidas diarias en mi cuarto.
-         Mi dormitorio y mi estudio estén siempre en orden y de que nadie toque mi escritorio.
-         Debes renunciar a todo tipo de relaciones personales conmigo, con excepción de aquellas requeridas  para el mantenimiento de las apariencias sociales.
-         No debes pedir que me siente contigo en casa.
-         Salga contigo o te lleve de viaje.
-         Debes comprometerte explícitamente a no esperar afecto de mi parte y no me reprocharas por ello.
-         Debes responder inmediatamente cuando te dirija la palabra.
-         Debes abandonar mi dormitorio mi estudio en el acto.
-         Prometerás no denigrarme cuando así te lo demande yo ante mis hijos, ya sea de palabra o de obra.

             A la vez que descubrí que ya había otra mujer en su vida.

¿Cómo era posible que esto, nos estuviese sucediendo? ¿Que nos había pasado? ¿Donde estaban esos dos jóvenes enamorados e ilusionados que prometieron ser compañeros de viaje, de una vida que se les abría paso prometedora? ¿Porque nos bajamos tan pronto del tren? ¿Dónde estaba Mileva?. Mileva, ya no estaba, era la única pregunta que podía contestarme. Había dejado  de reconocerme en ella. Me convertí en su sombra o mejor dicho llegué a sentir que nunca había existido.

No pude más, a los pocos meses regresé a Zúrich con mis hijos. A pesar de todo  conservé el apellido Einstein hasta el final de mis días. Algunos lo interpretaron como una reivindicación silenciosa de mi trabajo en el éxito de mi marido, otros ni siquiera entendían como podía seguir llevándolo. El corazón tiene razones que la razón no entiende.

           El propósito de esta carta amiga mía, no es más que desprenderme de la amargura y hacer las paces con mi pasado, conmigo misma. Pero ante todo, que desde esta desnudez de mi alma, te sirva como claridad.  No existieron culpables ni errores. Solo hubo elecciones, sólo cumplimos con aquello que se esperaba de nosotros y en el fondo es, lo que aún se espera de un hombre y una mujer aunque haya pasado más de un siglo. Los convencionalismos, sutil manera de ir moldeando la voluntad  de las personas, dividiendo, marcando diferencias, devorando vidas.  Abrid  los ojos amigas, todos somos iguales, pues estamos hechos de la misma energía. Hombre y mujer, en esencia, todos somos átomos. 


                                                                         Desde el infinito para ti, 
Mileva Einstein.


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