martes, 24 de mayo de 2016

I ACCESIT XVII CERTAMEN DE RELATO CORTO LA AVENTURA DE ESCRIBIR

Historia en un ascensor
                           
Lo mejor que he escrito lleva tu nombre

 
       Cuando nos bajamos del coche en la plaza de parking del Centro, abrí el maletero y saqué el ramo de flores que había comprado esa tarde. Comenzamos a caminar deprisa  pero la cojera de Alberto, cada vez más prominente nos ralentizaba el paso. Coches aparcados en doble fila obstaculizaban el acceso al Centro funerario y un hervidero de periodistas congregados se aglutinaban ante sus puertas. Alberto, extendió el brazo buscando mi cintura pero disimuladamente me aparté antes de que la rozase. A duras penas logramos llegar al edificio, atravesando como podíamos aquel enjambre de informadores hambrientos de un testimonio, unas palabras, ávidos por esclarecer las causas de la muerte de Ignacio.

       Antes de entrar, hice un esfuerzo por mantener oculto el dolor que me causaba ver su nombre en la necrológica que se hallaba grabada en un expositor dorado junto a la puerta de acceso al  edificio.   

D. IGNACIO FERRER ESCUDERO
Falleció el viernes día 26 de marzo de 2015
SU MUJER, ISABEL, SUS HIJOS Y NIETOS RUEGAN UNA ORACIÓN, POR SU ETERNO DESCANSO.

El funeral se celebrará mañana, 27 de marzo a las 6 de la tarde en la Capilla de Ntra Sra del Recuerdo.
Se está velando su cuerpo en la sala 3 de la 4ª planta.

         Alberto y yo no habíamos cruzado  ninguna palabra desde que habíamos salido de  casa ni siquiera una sola mirada, nos limitamos a ir el uno al lado del otro, hacer acto de presencia y guardar una vez más las apariencias. Me dispuse a subir por las escaleras, pero antes de pisar el primer peldaño le observe llamar al ascensor. Me extrañó su decisión dada su claustrofobia; Sin embargo no le pregunté, me atuve simplemente a seguirlo como siempre. Tragó saliva y disimulando el temblor de sus manos, pulsó con el nudillo el botón de la cuarta planta. Mientras subíamos me entretuve en colocarme la falda con la mano izquierda.
-Blanca, te he dicho en más de una ocasión que los ramos de flores se envían por mensajería. Sino como pretendes abrazar a la familia- Bajé el ramo de flores , me encontré con su rostro encolerizado y como unas gotas de sudor le bajaban por las mejillas. Sin mediar palabra, me quedé inmóvil e interpuse el ramo nuevamente entre los dos. La puerta se abrió. Un grupo de hombres trajeados ocupaban gran parte del recibidor de la sala. Me quedé a unos pasos por detrás de mi marido. Al entrar  un olor a perfume caro impregnaba el ambiente, pareciendo que un frasco de Chanel nº5 acabara de ser destaponado y esparcido por toda la estancia. Me acerqué a la viuda y a sus hijos para darles el pésame. Me fundí en un abrazo con Isabel pero fui incapaz de  mirarla a los ojos. El dolor y la culpa quisieron aflorar, nuevamente hice un esfuerzo por controlar  mis sentimientos.
       Mientras Alberto conversaba con uno de los muchos clientes que se habían acercado a darle el último adiós a Ignacio, me senté en uno de los asientos libres cerca del vestíbulo. A mi alrededor una corte de damas de la alta sociedad cuchicheaban entre ellas. Mujeres estiradas, de sonrisas permanentes; Sin embargo absortas en sí mismas. Lucían costosos diseños de alta costura pero discretos para asistir a un funeral. Lo que en otro tiempo me habría parecido como normal me parecía ahora un circo deprimente. Reinas pasivas entregadas a las sombras de sus maridos, donde toda la actividad mental de estos, estaba enfocada en ganar dinero. Me enervaba a la vez que me aterraba reconocer que en algún momento yo había formado parte de ese espectáculo. No es mi caso me dije, aunque en lo más remoto de mi, sabía que me estaba mintiendo. Me sacudí aquel pensamiento trayendo a mi mente los días junto a Ignacio, lo reconfortante de sentirse cuidada y amada. La dicha de sentir que para alguien, era  algo más que una joya siempre dispuesta a ser exhibida en una vitrina.
       De pronto me di cuenta de que la sala estaba abarrotada. Había comenzado a llegar más gente. Empezaba a hacer calor, por lo que uno de los trabajadores del tanatorio entró a bajar unos grados la temperatura de la habitación. Alcé la vista buscando a Alberto, hacía un buen rato que le había perdido la pista. Fue imposible divisarlo, así que me levanté del asiento y salí al vestíbulo donde le encontré con su cara b, la cordial, la atenta… atendiendo fascinado la conversación con Francisco Delgado, el diputado de medio ambiente. Solo alguien que conociera su otra cara, como yo la conocía podía saber que se alegraba en lo más profundo haberse quitado de en medio a Ignacio. Sé que me estaba metiendo en un terreno peligroso, pero ya era demasiado tarde, me había metido hacía ya algún tiempo, cuando le escuche aquella conversación y urdí mi plan.

      No fue hasta pasada las dos de la madrugada cuando Alberto, dispuso abandonar el tanatorio. Apenas quedaba gente. Isabel, la viuda hacía más de una hora que se había marchado del brazo de sus hijos para descansar unas horas, antes del funeral.  Me llamó la atención como las luces habían perdido intensidad. Me fijé que Alberto, que en esos momentos se abrochaba el abrigo no había deparado en ello. Tal y como pensaba, tomó de nuevo la decisión de bajar por el ascensor. Antes de que la puerta se hubiese cerrado completamente se produjo un considerable amago de apagón. Turbado Alberto, intentó sin éxito salir de allí, con la cara desencajada pulsó el botón de la planta baja, comenzamos a descender pero de pronto la cabina se paró en seco. Le miré, soltó una carcajada amarga y me agarró del brazo con furia evitando que pulsara el botón de alarma.
-¿Acaso te has vuelto loca? Quieres que demos un espectáculo.
No podía creer lo que estaba escuchando. Tan sólo un friki del control y de las apariencias, como era él, podía reaccionar de aquella manera tan absurda. Una oleada de furia me empezó a subir por la cara.
-Estás enfermo. ¿Prefieres quedarte aquí encerrado a que pidamos auxilio?- Sonrió sarcásticamente. No podía sucumbir a esa locura, así que grité:
-¡Auxilio, alguien nos puede oír!
- Maldita sea Blanca, ¿Cómo te atreves? ¡Cállate!- Masculló.
- ¡Eres patético!-  Le encaré
Nervioso, se paso  las manos por  la cabeza y alzó un dedo amenazador.
-¡Esta me la pagas!
-Eres un miserable  ruin, tu eres el que me la vas a pagar y vas a pagar la muerte de Ignacio.
-No sé de qué me hablas.
-¡No te hagas el tonto, sabes muy bien de que te estoy hablando!-Soltó una risotada agria.
-Sé muy bien que mataste a Ignacio para quedarte con su parte en un importante negocio -Proseguí, sin darle tregua  a que dijera nada.
- Como sé muy bien que jamás imaginaste que yo sería capaz de averiguarlo, siempre me subestimaste querido. Cómo también sé, que tampoco sospechabas que entre Ignacio y yo había algo más que una relación de amistad. Ni que hace un par de semanas comencé a matarte, poniéndote en tus controladas comidas, pequeñas dosis de un veneno que jamás saldrá en tu autopsia. Los primeros síntomas han quedado más que visibles en tu progresiva cojera, pérdidas momentáneas de visión que tu achacabas al estrés. Los siguientes y por último…
-No sigas.- dijo con voz entrecortada, llevándose una mano al pecho antes de caer al suelo.


         Al día siguiente volví de nuevo al tanatorio. Uno de los operarios al verme entrar, se dirigió hacia mí:
-Buenas tardes señora, ya está todo dispuesto para el funeral de su esposo, tan sólo queda que dé el visto bueno al texto de la necrológica que usted misma, esta mañana dictó por teléfono a mi compañero. Aquí lo tiene.

Se une a la pena que embarga a la familia De la Peña Duarte
por el sensible fallecimiento de nuestro amigo y compañero
 ALBERTO DE LA PEÑA NARANJO
Acaecido el día 27 de marzo en esta ciudad
 Reciban nuestras más sentidas condolencias
 DESCANSE EN PAZ
 Marzo de 2015
        Asentí con la cabeza al terminar de leerlo y mientras subía por las escaleras le dediqué un último pensamiento a Alberto: Lo mejor que he escrito querido, lleva tu nombre.